5 de abril de 2024

Nosotros, los que crispamos

 


Artículo publicado originalmente en La Nueva España

Aunque “polarización” sea una de las palabras de moda, uno no puede evitar preguntarse si hacer oposición cívica y buscar juntarse con personas inteligentes, íntegras y valientes que hagan de dique contra este desatino te coloca ya en el saco de los polarizados, pendencieros, de los que enturbian la convivencia y hacen más difíciles las conversaciones porque estás radicalizado, elemento hostil y mal ciudadano. Caldeando el ambiente por decir cositas incómodas para el poder y sus adláteres mediáticos. Por no resignarse. Crispando, claro.

Por señalar que es el Gobierno quien ha desatado una atmósfera tóxica donde llama progresistas a palurdos homicidas de las listas de EH Bildu y busca lealtades en los partidos más desleales a una idea solidaria de España. Progresistas a los chavistas ladrones (pleonasmo) y a los que rinden tributo y honores a un racista majadero como Sabino Arana.

Crispamos por observar su dependencia agónica de estos movimientos disgregadores, con los bobos útiles de Sumar, dando cabida a los marcos culturales del nacionalismo y sus privilegios.
Una bajeza, una catástrofe moral, pero también un ataque directo a la ciudadanía que no se resigna a normalizar los pactos con prófugos convictos ni a que su país dependa del sececionismo de taifas y supremacismos xenófobos. Sí, claro que crispamos.

Crispamos los asturianos verdaderamente resistentes si criticamos a esa nulidad con cargo que es Adrián Barbón, que bambolea entre sus arengas a favor del constitucionalismo pero de la mano de Sánchez y sus secuaces, el odio obsesivo a Madrid y sus reivindicaciones de orgullos periféricos mal entendidos, así tiene a los asturianos deglutiendo su papilla ideológica, trufada de vanidades y ambiciones, mientras los lleva al descalabro económico.

Crispamos si hacemos ver que en Asturias hace mucho que despertamos del sueño de la razón. Las ideas ilustradas y lo que pudieron llegar a ser fueron arrinconadas y condenadas a la marginalidad, por un socialismo y sus izquierdas reaccionarias que tienen el vicio de la imposición, del puñetazo encima de la mesa, el control total de las instituciones para prohibir lo que no les satisface y obligar a aquello que les beneficia, el anhelo de hacer de una causa un modo de vida, que sus sentimientos del terruño identitario tengan cabida en esa cueva de Alí Babá que es el dinero público, para que puedan meter el hocico.

Por eso han creado, por ejemplo, la Dirección General de Política Llingüística, donde sólo el nombre ya nos da una idea de cómo van a dirigir el asunto. El rodillo del bable necesita combustible nuevo para seguir carburando, para que no deje de girar esa rueda que dará sustento y colmará de viruta a tanto sospechoso habitual y tonto del haba. O de la faba.

Crispamos, evidentemente, por recalcar que la implantación del bable en las escuelas no tendría pretensiones didácticas, sino ideológicas, una forma de modelar emociones con base en una superstición tribal.

Vamos a crispar un poco mas: este disparate escolar cuenta con la apología de los paniaguados socialistas y el formidable escuadrón intelectual del círculo del nacionalismo astur, simpáticos y cerriles holgazanes que, oscilando entre lo terrible y lo ridículo, pretenden ganarse la vida pastoreando niños en batua, con su nación imaginaria y su lengua inventada, nada menos que en una sociedad donde un número alarmante de jóvenes no se desenvuelven en español ni a un nivel razonable, con dificultades para la capacidad expresiva, la comprensión lectora o la escritura sin faltas de ortografía.
Si consiguen la obligatoriedad del bable en las aulas, esos de la Academia de la Llingua y sus satélites podrán ser por fin gandules a tiempo completo.

De momento, ahí están, cambiando toponimias y señales en las carreteras a puro huevo. Despreciando una lengua común, rica, preciosa, centenaria, para sustituirla por el flamante invento del momento, los muy bestias. Son los nuevos curas de una religión totalitario, irracional y opresiva, sectaria hasta el disparate. La política de fosa séptica que siempre parece a punto de rebosar.

Parece mentira que esta pequeña región siga aguantando tanto peso. La carga de tanto fallido trincón. La han vampirizado, vaciado, arruinado. Por culpa de una ideología, el nacionalpopulismo, salida no de una provincia geográfica sino de una remota provincia de la historia.

15 de marzo de 2024

La culpa social

 



Artículo publicado originalmente en La Nueva España

Es inevitable que aflore, con el país sumergido de lleno en el lodazal de la corrupción a gran escala y la degradación institucional, ese sentimiento de fracaso colectivo, la sensación desoladora al constatar la gran derrota de una sociedad estólida y a menudo adocenada, proclive al esquilme impune por parte de sus más pérfidos gobernantes. Nos están pasando de pitón a pitón, vapuleados y a la vez pagando el precio de un sistema viciado hasta la náusea.

El ciudadano medio que no esté en el redil del oficialismo y palmeros, soporta el vodevil de mentiras, rapiña y el desfalco que arrambla voraz, sabiendo que la historia siempre se repite al unísono como farsa y como tragedia, de modo cíclico, como una suerte de maldición bíblica arrojada sobre España con una mueca burlona, para que esa podredumbre figure en nuestra idiosincrasia, con forma de marca indeleble. El estigma español, la perversión de votar a quienes nos arruinan y saquean; y tratar de buscar una justificación o una respuesta que arroje consuelo sobre el desencanto.

Estos días aciagos, uno puede ver pasar la historia ante él, mientras se están escribiendo algunas de las páginas más negras, esperpénticas y tragicómicas del almanaque de la ancestral corrupción del partido socialista, de enraizadas costumbres. Hay algo muy casposo en ese nivel de delincuencia, larvada en marisquerías y burdeles y con personajes de una cochambrosa indigencia intelectual, pero también nos golpea por lo abyecto, de una crueldad desmesurada, al negociar mediante tráfico de influencias mordidas millonarias por mascarillas defectuosas, en la mayor tragedia, en número de muertos, sufrida por el pueblo español desde la Guerra Civil.

Los políticos, mal que nos pese, son un reflejo de los millones que son pasados por las urnas a legitimar la maquinaria. Mano de obra indispensable. España va creando su propio sistema totalizador, donde la izquierda aspira a moldear las almas mediante el control del pensamiento, la sexualidad, las expresiones artísticas y los sobornos con los que paga los servicios prestados y los servicios por prestar, a una piara de corresponsales monclovitas que parasitan medios públicos y privados. Construyendo dogmas para el hostigamiento del díscolo e inventando mitologías del terruño para fabricar identidades con las que abrasar al excluido.

El fracaso social, por supuesto; el sometimiento de una ciudadanía encerrada ilegalmente dos veces después de que miles fueran enviados al matadero en nombre del más retorcido feminismo. La pérdida de libertades mientras van ganando cada vez más peso los espacios políticos disfrazados de modernidad radical y casi siempre reaccionarios, uniendo su destino a un escuadrón de nulidades que esconden vidas sórdidas, terribles, e incluso delictivas. Dejándose seducir por un impostor astuto y ambicioso, tan arrogante como desprovisto de emociones, pero capaz de movilizar lealtades ideológicas y tener a sueldo sectores mediáticos afines para instalar y consolidar su propio relato.

Dicen los que mejor memoria tienen que todo cambió para siempre un fatídico 11 de marzo de hace ya dos décadas. Cuánto dolor sepultado por capas de miseria moral. Yo pienso más en aquel proceso en la sentina de Sol que aspiraba a la vuelta de tuerca sobre la vieja política: el 15M pretendía encontrar por fin la playa bajo los adoquines, y en su baldía búsqueda del esplendor en la hierba trajo una sociedad mucho más polarizada y una nueva casta política más histriónica e ineficiente, nuevos charlatanes, bronquistas y embaucadores, con las mismas ambiciones y el mismo afán de enriquecerse para costear casoplones y piscinas, gracias a los dóciles indocumentados que ignoraban cuál es siempre el fin último del populismo.

Insisto: todo ese esperpento es validado por los votos. Compinches necesarios. Aquí nadie es inocente de nada. Pero cabe señalar, por complicidad directa, a esos entusiastas ciudadanos de la superioridad moral, aguerridos defensores del progresismo que están convenientemente convencidos de formar parte de una cruzada contra la ultraderecha, y gracias a su noble gesto en las urnas forman parte de esa legión antifascista que ha parado los pies a un nuevo advenimiento, y engrosan así la famélica legión del Gobierno de la gente. Legitimadores de lo indefendible. Benditos sean. Pocas veces hemos pagado tan caro el hegemonismo de la estupidez.

9 de febrero de 2024

Sólo el PSOE es la izquierda buena

 


Artículo publicado originalmente en La Nueva España.

El presidente socialista del Principado, Adrián Barbón, escribió en el campo comunicativo y de batalla de las redes sociales, ante la fundación del necesario e higiénico partido Izquierda Española, que para una izquierda no nacionalista ya está el PSOE. Así, sin risas enlatadas ni nada. No quiere experimentos ilustrados el mandatario de Laviana.

El Twitter de Barbón muestra en lo virtual un personaje que ni siquiera funciona como parodia. Al contarse entre los agradadores del presidente Sánchez y uno de sus justificadores ideológicos, da un cierto embarazo leerlo, con frases hechas que revelan la profundidad de su pensamiento y su dialéctica, donde combina con eficacia demagogia y propaganda. Además, el usuario puede entrar en las contradicciones del hombre ante el poder desconcertante de las instituciones, pues Barbón, en un alarde de sectarismo obsceno, no deja responder a nadie fuera de su círculo de seguidores y seguidos.

Por lo visto, lo que España necesita es seguir confiando en su partido para depender de minorías anticonstitucionales que detestan hasta el nombre de nuestro país, y con el PSOE como su principal valedor de esas facciones segregadoras.
Añadía don Adrián en su reflexión: “Un partido que entiende a España como lo que es: unida en su diversidad y pluralidad. Así fuimos, somos y seremos”.

Difícil eludir la ofensa a la inteligencia que supone, a estas alturas, defender al partido socialista como la opción de la izquierda federal, o lo que sean, cuando está caído de hinojos ante un nacionalismo que se caracteriza precisamente por su incapacidad para asimilar la discrepancia y la pluralidad, que persigue con saña al discrepante y que usa la lengua como apisonadora para arrinconar y reducir el uso de la común y lengua materna.

Podemos seguir casi en directo el rastro que deja la fiebre nacionalista y su oligarquía dirigente, con el supremacismo a la vanguardia y los legatarios de la ETA y el carlismo-separatismo, mientras los corífeos del régimen nos intentan vender, con descomunal cara dura, cinismo inmoral y falta de vergüenza, que eso es el bloque “de progreso”.
Progresar, sí, en alicatar el sillón a costa de la separación de poderes, la igualdad ante la ley o el respeto a los procedimientos parlamentarios, mientras pactan sobre la sangre de sus compañeros asesinados.

También está la izquierda asturiana, no exenta de toques nacionalistas, arengando con las esencias de las raíces (muy de Itziar Ituño) o la excitación de los factores históricos y sentimentales. Se arrancan Barbón y su cuadrilla con charlotadas identitarias peligrosamente conectadas con las emociones más primarias. No hay mucha argumentación ni ideas vigorosas más allá de la bandera y las esencias. Llegó a exigir, muy compungido, que la compañía Almax “pidiera perdón al pueblo asturiano” por un anuncio sobre la acidez de estómago. 

Pero esa idea del ciudadano como lechuga de arraigo y favorable a la imposición del bable con dinero público dificulta mucho la convivencia con quien no la comparte. Fijan los dogmas asturtzales y esperan enchufar en consejerías y chiringuitos a un montón de políticos del ramo y vividores afines con el camelo ése de las raíces y sus complejos de geranios. Menos arraigo tienen con España y su democracia, desde que han decido ir de la mano de filoterroristas y sediciosos.

Esperaba el oportunista Barbón, a base de rendir pleitesía al inquilino de la Moncloa, lograr un puesto relevante en el nuevo Consejo de Ministros plurinacional, una plaza en Madrid que le sacara de las algentes tierras norteñas, pero sus esfuerzos de genuflexión no tuvieron rédito, pues finalmente se hizo ministro al mastuerzo de Valladolid, entre otras grandes figuras que nos darán días de gloria.

Pero el PSOE asturiano, en cuanto afín a Pedro Sánchez, forma parte de un aparato político y mediático voraz, que pone millones de euros al servicio de la industria gubernativa, y se censura a personas que han demostrado, a diferencia de Barbón, su dimensión intelectual, su coraje cívico, su lucha por la libertad. Purgando los periódicos de elementos incómodos para el autócrata.

Inmersos en una ola de populismo, polarización y posverdad, tenemos que aguantar además que maltraten nuestro sentido común con afirmaciones como que el PSOE está con los derechos ciudadanos, cuando han renunciado a la rendición de cuentas e hipotecado su presente y su futuro a la hez y el martillo, a parte de los peores partidos de la historia nuestra democracia, afanados en destrozar todo aquello que nos puede hacer libres y prósperos.


30 de enero de 2024

Ese mundo desaparecido




Creo haber visto casi todas las imágenes que merecen la pena de la época dorada del cine, y ese rejuvenecer que se extiende hasta los gloriosos 70, donde un puñado de entusiastas de lo clásico y aprendices de los maestros redefinieron algunos conceptos del séptimo arte.

Me refiero a fotos promocionales, detrás del escenario, robados en fiestas de glamour y oropel, un descanso del rodaje, la mirada más personal a los dioses del celuloide. Sin embargo, me topo por casualidad con una que me resulta inédita, y me entusiasma el feliz hallazgo. Es gente a la que siento cercana, pues me llevan haciendo inmejorable compañía durante toda mi vida, desde que era pequeñito. Son Lee MarvinJames CoburnKaty Jurado y Sam Peckinpah.

Es del año 1981, y a Peckinpah le quedaban poco más de tres años de vida y a Marvin seis. Katy Jurado y James Coburn llegarían a ver el año 2000, ya alejados del cine.
En los primeros 80, esa hedonista, epicúrea y talentosa banda de la foto ya había hecho todo lo grande que llegarían a realizar, y venían por detrás jóvenes nombres como CoppolaScorseseDe PalmaSpielbergPacino, RedfordCruiseHoffmanDe Niro...autores y actores que siguen más o menos en activo hoy día.

Los de la imagen, sin embargo, estaban viviendo su propio crepúsculo tras una prolífica e intensa carrera, apurando la vida hasta el último sorbo y sin nada ya que demostrar, cuando todo lo bueno es ya anterior. Gente con el arte de vivir como una manera de ser y de estar, apegados a los viejos códigos, las añejas maneras de un universo en el que habitaron y que se les escapaba entre los dedos, conscientes tal vez de su instante perecedero y ser fotogramas de otra época, como espectros danzantes atrapados en un tiempo pretérito, intuyendo seguramente que esa cosa tan incontrolable llamada modernidad pronto les dejaría como grietas del pasado.

En la pantalla, daban sensación de autenticidad, de épica, de dignidad ante el fracaso, desafiando convenciones y corsés, personalidades con muchas zonas de sombra, atormentados, cínicos o salvajes, tipos duros y mujeres de un coraje descomunal.
El cine ha rodado muchas escenas hermosas, y los protagonistas de esa foto han tenido que ver en algunas de las mejores. Fueron partícipes de la historia.

Siempre se me pone la piel de gallina recordando la perdurable imagen de Katy Jurado viendo morir a su hombre, en un atardecer de pólvora y sangre mientra suena Bob Dylan. Estamos hablando de una mujer que en Hollywood supo lo que es compartir cartel con Gary Cooper cuando lo dejaron solo ante el peligro, que hizo que saltaran chispas junto a Antohny Quinn en su tormentosa relación en pantalla y tuvo su trama en El rostro impenetrable, protagonizada y dirigida por un tal Marlon Brando. La señora Jurado estuvo casada con Ernest Borgnine, el entrañable y oscarizado Marty, aunque siempre será recordado como el inseparable secuaz de Pike Bishop, sonriendo y amartillando las armas en el tenso silencio, cuando asumen que ahí termina su camino, en una carnicería que mande a justos y pecadores de un golpe de rabia hacia el infierno.

La música y las sensaciones que se erizan, cuando el Pat Garrett que encarnó James Coburn se aleja despacio en la grupa, después de matar a su amigo y encajando el desprecio de un niño que tira piedras a la sombra de su caballo. Qué difícil es encontrar hoy actores que desprenden la autenticidad de Coburn en pantalla, alguien que se estrenó con el artesano Budd Boetticher en unos de esos westerns de bajo presupuesto pero inmemso poder narrativo. La rudeza, la dureza o el desamparo eran señas de identidad de Coburn. Hay que tener en cuenta que los taquillazos comerciales de su época eran películas como Los 7 magníficos y La gran evasión, para hacernos una idea. Así, encarnó desde el soldado obtuso y vencido de La cruz de hierro hasta el violento y alcohólico padre de Nick Nolte en la pesarosa Aflicción.

Lee Marvin, por su parte, rodó con Fritz Lang (la obra maestra Los sobornados), hizo de tipo indeseable con John Sturges y Boetticher (vean las magníficas Conspiración del silencio y Seven men from now) a las órdenes de Robert Aldrich o del añorado Richard Brooks en ese western descomunal que es Los profesionales, donde Burt LancasterClaudia Cardinale y Jack Palance completaban un elenco entre lo lírico, lo violento y lo carnal.
Y, sobre todo, lo recordamos como el facineroso Liberty Valance, dispuesto a matarse con John Wayne por un filete, en la más desoladora y hermosa película de John Ford, o aquel hombre en desarraigo existencial que cantando con voz aguardentosa comprende que su camino y su destino están ligados al de una estrella errante, en la maravillosa La leyenda de la ciudad sin nombre.

De Sam Peckinpah no se puede escribir con objetividad o desprovisto de pasión (si acaso eso es posible cuando se escribe de cine), pues su filmografía tiene algunas de las películas que más influyeron en mi vida, y a veces llegaron a cambiarla. Los códigos de la amistad o el honor llevados hasta las últimas consecuencias, o decidir buscar la catarsis y la redención a través de un camino de violencia cuando sabes que tu próxima parada sólo puede ser el cementerio.

Peckinpah fue un indomable outsider, alguien con una capacidad innata para retratar la violencia con causa, la de los perdedores sin gloria pero demasiado humanos, complejos, tiernos o rufianes, incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos que, como Peckinpah, prefieren buscar su ocaso antes de la llegada de la modernidad. El puto Sam fue descarnado y poético, excesivo, transgresor; se enamoró del fracaso, abrió fuego y llenó de polvo sus películas, su nariz y sus pulmones. Es uno de los auténticamente grandes, y sus imitadores y supuestos discípulos son insoportables, aunque tengan tanto prestigio como Tarantino.

Miro la foto y todo lo que implica. Lo que representa y sugiere. Películas que labraron nuestra existencia y que en cada nuevo visionado ellas son otras porque nosotros también somos otros. Cada vez que me acerco de nuevo a ciertas obras, en distintos momentos de mi vida, me abren nuevos caminos por los que recorrerlas, otras claves con las que interpretarlas. Envejeciendo a mi ritmo. Porque uno lleva escenas tatuadas a recuerdos, sabes en ése o aquel visionado dónde estaba y con quién, qué edad tenía, si mi presente entones era plácido o turbulento, qué era lo más reseñable entonces de mi biografía y lo que esperaba de ella.

Esas conversaciones sobre cine, esa actriz que te recuerda a esa pasión perdida, y cuya luz hace mucho tiempo que dejó de brillar, como la nebulosa del amor del primer verano.
Lo que la fotografía evoca es un mundo no vivido de cantinas del Oeste pero también de aquello que pudimos catar: bares de jazz y humo de tabaco, las madrigueras de la madrugada y los errores y los excesos, pues el hecho de la escritura o el cine clásico, culturalmente, sigue teniendo era romántica connotación relacionada con una leve embriaguez permanente. Ya saben, Chandler y sus wiskis, PoeKerouacBogart con su local cerrado diciendo que de todos los bares del mundo ella tenía que entrar en ése. Miradas que escondían promesas, besos de película (tragicomedias, algunas), la suave brisa de un amanecer en agradable estado de distorsión.

Generaciones enteras de cinéfilos han bebido alcohol porque creyeron necesario contrarrestar con algo su exacerbada sensibilidad para con ese arte y las heridas que algunas obras nos han dejado a perpetuidad, cuando una película se te enquista en el alma. Sin afán de enaltecimiento, puede que las mejores charlas sobre cine negro se tengan a pálidas horas de la noche, con una copa en la mano y música suave de John Coltrane o Chet Baker.

La nostalgia por lo no vivido, por el cine que nos parió, que nos hizo sentir como reales una historia muerta y venerar en silencio ese mundo desaparecido.

26 de diciembre de 2023

Esa élite corrupta


Muchas veces el cinismo, la arrogancia y la acidez sirven de coraza a las almas sensibles que camuflan de esa manera su melancolía, fatalismo y desencanto de la vida, como ocurre en las buenas novelas negras, los personajes que crearon autores célebres como Chandler o Hammett poseían esos claroscuros. Era también la pose habitual de grandes del cine: Humphey Bogart o Robert Mitchum, que ni siquiera tenía que actuar. Daban vida a personajes inteligentes, complejos, caracterizados por la dureza y la turbiedad emocional, la violencia interna, la posibilidad de redención.

En la vida real de la cotidianidad española en política y periodismo, grandes mecas del cinismo, resulta bastante más chusco. Ellos, los políticos y sus brazos mediáticos, saben que mienten a conciencia, y a su vez nosotros sabemos que mienten, pero el paripé tiene que continuar como si no estuviéramos viendo los hilos de las marionetas.

Aunque dos días antes de las elecciones del pasado julio, el Gobierno en pleno y sus alfiles en los medios descartaban de forma categórica la amnistía al golpismo corrupto catalán y explicaban con denuedo la incostitucionalidad de la misma, cambiadas las necesidades del inquilino de La Moncloa empezaron la campaña del signo opuesto con una impudicia asombrosa, como si las hemeroteca se volatilizaran y al ciudadano se le hubiera aplicado un borrado selectivo de recuerdos.

La única razón para ello es que Pedro Sánchez necesitaba el sí de los siete votos de Junts y su apoyo en la investidura. Pero lo camuflan como si hubieran descubierto de repente las bondades institucionales y judiciales del perdón y su idoneidad, todo en pos de la restauración de la convivencia.

De los políticos socialistas y sus apéndices de la hoz y el martillo poco se espera ya pues la mentira se presupone, y adecuar el discurso y las formas al mantenimiento del poder va implícito en el cargo. Más grave es lo de las terminales de propaganda de ese Gobierno y los periodistas que nutren sus filas, a los que vemos arrastrarse por el fango en un espectáculo pavoroso. Farsantes a tiempo completo, cuestionan el funcionamiento de la legalidad establecida y empeñan su carrera y su credibilidad al destino de su pagador. 

El paso de editoriales, columnas, reportajes y tuits lo marca el presidente del Gobierno, y los demás, que tal vez se creyeron en algún momento eso del periodismo para ser la china en el zapato del poder, obedecen dóciles las directrices, con una uniformidad de opinión que asusta por su indecencia cívica y profesional. 

Hasta los moradores del limbo saben que el periodismo responde a intereses económicos de los que depende, y que sin el chute de ingresos en publicidad y de subvención institucional la mayoría de los medios no podrían sobrevivir, pero seguir a un autócrata y adecuar tu línea periodística para asegurarle a él la renovación del poder es de una abyección que supera la obediencia debida y los compromisos empresariales, con la indisimulada intención de respaldar a gatas al Gobierno.

Además, pone en riego derechos y libertades de todos los españoles y entorpecen el progreso y la prosperidad pública; muchos de ellos, al pertenecer a la élite periodística del país (por su visibilidad mediática) y comportarse únicamente como esbirros a sueldo del poder, cierran el paso a otro individuos éticamente competentes y profesionalmente comprometidos, sin ese gregarismo embrutecedor y mercadeo político.

La perversión de los medios de comunicación modifica de forma dramática la calidad de nuestra democracia, y contribuye a hipotecar el pensamiento de nuevas generaciones de españoles que crecerán con el convencimiento de que el periodismo sólo es el medio de amplificación de la voz de su amo, pudiendo mudar las decisiones más importantes sobre el devenir del país, incluida su soberanía nacional, si así se satisfacen los deseos mandatarios.

Esa ruptura emocional la estamos viviendo en la sumisión humillante de periodistas de renombre que muestra las peores artes operando desde una perspectiva dogmática, pues además sus crónicas no vienen del razonamiento o la reflexión sino del puro servilismo, motivo por el que sueltan toda esa calderilla retórica donde pierden la perspectiva moral y la dignidad personal. 

Con qué autoridad alzan la voz entonces con lo que pasa en Ferraz y cualquier disturbio derivado, si han defendido el reconocimiento del Estado de que nunca debió combatir punitivamente el incendio de las calles con actos violentos considerados como terroristas.

20 de octubre de 2023

La barbarie española




Artículo publicado originalmente en La Nueva España.

 Después del bestial ataque del brazo armado de Hamas (ignoro si tiene un brazo ilustrado) contra una desprotegida población israelí a la que masacró impunemente durante horas, algunos, los más nuevos en estos lances o desconocedores de la fauna ibérica, mostraron cierta sorpresa por la adhesión incondicional, ya desde el primer momento, de nuestra izquierda canallesca que simpatiza con el terrorismo coránico desde tiempos ancestrales. 

Es cierto que cada vez es más llamativa la miseria moral desplegada sin ningún rubor, y que nada frena a gente capaz de utilizar todo tipo de circunloquios para no usar el término terrorismo, aunque para la doctrina progre terrorismo suele ser casi todo lo demás, venga no al caso. Desde terrorismo climático hasta terrorismo financiero. Menos lo de masacrar población civil, que debe ser evaluado desde un contexto histórico en el que, con su falsa retórica pacifista, se condenan todas las violencias, en genérico, pero nunca esa violencia en específico. 

El asesinato de bebés, las vejaciones de cadáveres o el ensañamiento con las mujeres no son atrocidades suficientes para un tipo de sectarismo antijudío desprovisto de toda sensibilidad. Ciegos de ideología en un peligroso cóctel donde se combina la maldad, el odio y la estupidez, la izquierda más cercana al estado de deshumanización ha dado nuevos pasos que no deberían extrañarnos. Además de congraciarse con el fundamentalismo religioso, la progez simpatiza con todos los etnicismos totalizadores y excluyentes. 

Desde hace tiempo, el relativismo moral permite que en una misma semana se llenen de heces la tumba del socialista Fernando Buesa y el presidente del Gobierno y líder de los socialistas pose sonriente y lleno de gozo con los que no condenaron el acto y probablemente lo propiciaron. Que puedan tener de socio prioritario a Arnaldo Otegi, al que nuevas declaraciones de compañeros de armas sitúan como responsable de nueve secuestros y un asesinato. Y que lo justifiquen y lo defiendan. Humillando a los muertos de aquí y aprobando los de la matanza de civiles allí.

Tampoco parece una novedad que nacionalistas y socialistas del nuevo milenio aprueben lo que inició el nacionalsocialismo en el siglo XX. La izquierda, tan falsamente progresista pero tan desactualizada, es un vestigio remanente de un pasado peor, siempre proclive a la tiranía y con su agenda desestabilizadora. Sin el liberalismo económico y el avance en libertades no hubiera sido posible el progreso increíble que ha vivido el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. 

Observando las manifestaciones a favor de Hamas por toda Europa (también Madrid, con los habituales de nuestra lamentable extrema izquierda) deberían hacernos ver lo fino que es el barniz de la civilización. Qué rápido se marchitan las flores del Renacimiento y su posterior Ilustración. Aquella Europa moderna y humanista que alumbró al mundo ideas y derechos y dejó un cielo desprovisto de dioses y unos dirigentes que por fin eran terrenales está a punto de irse por el sumidero, con la oscuridad que se cierne sobre ella. El mundo que llega es más cerrado y sombrío, más peligroso e intolerante. Y en España, donde siguen teniendo fuerza los aliados del eje Teherán-Caracas, contamos con el caldo de cultivo perfecto para unirnos entusiastas a esa regresión.

En Sevilla, Podemos e IU se ausentaron del minuto de silencio institucional por la española asesinada (fallecida, dijo Sánchez) en el ataque del pasado día 7. Para el feminismo asilvestrado nunca han importado las mujeres, más allá de cómo estandarte de una causa deleznable y reaccionaria. Las mujeres sólo se usan como palanca política, un relato que pueda seguir engrasando el mecanismo de su perverso negocio. 

Hace poco, Irene Montero, incansable en su estulticia dogmática, pedía 1.000 millones al año para la industria de género, pues las redes clientelares se han multiplicado exponencialmente y cada vez hay más gente a la que enchufar, viajes que hacer y cazo que poner. Seleccionando a las víctimas según el rédito que puedan sacarle, han hecho de la tragedia selectiva su empresa. 

Tratando de amordazar opiniones y pensamientos, unas declaraciones donde se remarque una obviedad que no entre dentro de los parámetros de su dictadura distópica hace que seas cancelado, y te pueden tanto quitar el nombre de un estadio como buscar tu muerte civil orquestando linchamientos colectivos. Se trata, al fin y al cabo, de los mismos bárbaros.

8 de septiembre de 2023

El verano del amor reaccionario

 



Artículo publicado originalmente en La Nueva España.

Fue el pasado mes un agosto tórrido que incendió las antorchas de un populacho enardecido por conflictos mundanos, sin que la inclemente meteorología apaciguara las ganas de linchamientos africanos, turbamulta exaltada con rasgada de vestiduras exigiendo autos de fe y otras tradiciones solariegas, y que los tibios dejaran de serlo para pronunciarse de forma inequívoca a favor de la causa, o ser acusados y juzgados de forma sumarísima.

Como espectador, uno lo observa con deleite y fascinación, siempre que mantenga las distancias oportunas para que no te duela España. Ya no estamos para tener achaques de Unamuno.

Primero, la izquierda española, en un sorprendente giro histórico, comenzó en 2023 a reivindicar la época del destape, pretendiendo que vuelva a escandalizar mostrar los pechos; el desabrigo como acto eminentemente revolucionario, como si el antifascismo emanara directamente de los pezones de Eva Amaral, que tiene por algo nombre de fuente de vida. Sin sujetador para frenar a la ultraderecha. Épica juventud. Como mayo del 68 pero con Twitter.

Curioso cuanto menos, que seis décadas después de que los tecnócratas del régimen se opusieran a Manuel Fraga por llenar Benidorm de suecas en bikini, la progez desempolve de los cajones aquella portada de Interviú de Marisol. Benditos sean.

Con el caso Rubiales pusieron en marcha la más formidable maquinaria política y mediática que conoce España: aquella que usa la fuerza del socialcomunismo en sus terminales de comunicación y con sus esbirros de vanguardia haciendo de ariete. Fueron llamados también a filas periodistas gozando en la elaboración de esas listas negras que señalan y coaccionan. Hubo algún ilustre exaltado haciendo inventario de celebridades bajo sospecha por su silencio, señalando a los no afectos a la causa, por el delito de mutismo. Culpables no por lo que dijeron, sino por lo que no dijeron.

La misma semana en que se conocieron nuevos beneficiados por la Ley Montero volviendo a sus fechorías, se reunía la plana mayor del ministerio en funciones (sus funciones son poner el cazo) para protestar por esa anécdota ascendida a causa nacional, en el mundo del neofeminismo beligerante donde los besos celebrados con euforia son agresiones sexuales y las verdaderas violaciones se silencian para no enturbiar el relato. Siniestro pensamiento estatal ése donde una manada de violadores damnifica tu maldita ideología.

A pesar de que salieron vídeos bastante esclarecedores, eso sólo hizo darle más potencia al artefacto. El sectarismo es un mal endémico en la sociedad española porque, en sus visiones pseudoreligiosas, se inventan una realidad paralela del todo inverosímil, retorciendo lo que sus ojos ven para que no echar abajo aquello que han preconcebido. Si la realidad no se ajusta a su pintoresca imagen de lo que creen que debería haber pasado, se impugna la realidad.

Y ahí se presentaron haciendo lo suyo, en la calle con la horterada vocinglera y faltona, pidiendo que rodaran cabezas, en esa interpretación asilvestrada de la Justicia y del Estado de derecho.

Lo que no quieren meterse en jardines por miedo a verse perjudicados en esta deriva demencial hacen lo que pueden para mitigar las coacciones del poder, del nuevo sacerdotado y la credulidad popular. Una misión compleja, salir indemne de la irracionalidad intransigente, que reina allí donde la coherencia acaba. 

Sobrecoge el show de tantos supuestos contestatarios siendo únicamente sumisos a la ideología vigente. Uniéndose a la jauría o agachando dócilmente la cabecita y diciendo, por favor, a mí no, que soy aliado.

Y por eso comparecieron muchos pobres diablos musitando comunicados a destiempo y por indicaciones, salvando los muebles. Para no verse desguazados por el tren del totalitarismo de la lapidación se pliegan sin rodeos al miedo como técnica política. Porque hay poco que se pueda hacer contra este engranaje con tantos factores empujando. 

En vez de inducir al debate, intentan arrollar. Sin conciencia reflexiva ni argumentos precisos, manejan la marrullería y el arrebato intimidatorio, dispuestos a no permitir una escisión en todo lo que los dogmas de la colectividad consideren impío poner en cuestión.

Es un aviso para navegantes, y el que no ha querido perder el puesto ha corrido rápido a congraciarse con la coerción del poder. Viendo que el rechazo rebelde ha encontrado tan escasos valedores, y la embestida para no dejar cabos sueltos y ningún resquicio para crear la duda y la subversión, los hechos preludian también sinrazones venideras. 

No culpemos a los que se han plegado. Aguantar la presión exige mucha más entereza, y es exhausto nadar contra la corriente cuando ésta tiene la fuerza apabullante de toda la industria de género. El único consuelo es que una minoría nos tenemos por diferentes y mejores que los bárbaros.